La libertad de creer, pensar u opinar sobre una determinada creencia o religión es un derecho inalienable de todo ser humano, establecido en la Declaración de los Derechos Humanos. En una sociedad democrática, que procura afirmarse desde la laicidad del Estado, debería promover en todos los niveles, no solo el reconocimiento de las diversas formas de manifestación las creencias religiosas, sino también la libre expresión de las mismas.
Es importante reconocer que, en nuestro contexto, las minorías religiosas aún luchan no solo por obtener un nivel de reconocimiento público, sino también por construir su identidad pública enfrentando la estigmatización a las que se han visto sometidos históricamente, que constituye una forma de violencia simbólica normalizada en distintas instancias de la sociedad.
En los últimos años, hemos observado una irrupción de las diversas expresiones religiosas en el espacio público, que nos ha mostrado que, así como existen grupos o movimientos religiosos que promueven discursos anti-derechos, también observamos historias de agentes de fe que han contribuido a la defensa de los derechos, especialmente de grupos y personas en situación de vulnerabilidad.
Resultaría enriquecedor generar niveles de intercambio entre estos sectores que desde sus creencias inciden en las políticas públicas. El diálogo respetuoso, intercultural y religioso podría contribuir a acabar actos de odio y violencia entre los ciudadanos y ciudadanas.
La cultura del odio, instalada en la narrativa de los sectores extremistas colocan inmensas barreras para construir una sociedad no violenta, una sociedad que, como diría Byung Chul Han, no expulse al distinto.
Esto nos invita a luchar contra los proyectos y políticas integristas que alimentan la construcción de una sociedad de las fobias, del odio. Günther Anders, el pacifista alemán, sostiene que el odio es “la autoafirmación y la autoconstitución por medio de la negación y la aniquilación del otro”. Esta cultura de la aniquilación del otro es altamente peligrosa para construir una sociedad democrática y afirmada en la ética ciudadana.
Como bien ha señalado el secretario general de la Naciones Unidas, al conmemorar a las víctimas de actos de violencia motivados por la religión o las creencias, nos corresponde asumir el compromiso de generar un mayor dialogo para comprender y poner en la agenda las causas fundamentales de la intolerancia y la discriminación, así como promover la inclusión y el respeto por la diversidad.