En el “Día Internacional para la Reducción del Riesgo del Desastre” viene a nuestra mente éste pasaje en Mateo 7. 24-27 “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina”.
Cuán ideal debiera o pareciera ser la acción humana para accionar sabiamente ante situaciones que ponen en riesgo la vida humana. Y aún más, programar internacionalmente un día para que los países trabajen en la reducción de riesgos ante los desastres, que, por cierto, se van incrementando como consecuencia del calentamiento global en todo el planeta. Sin embargo, la realidad es totalmente diferente para el caso del Perú e imagino que será similar en muchos otros países.
¿Qué hace el Perú? Hasta la fecha, dos cosas concretas: Compartir muy esporádicamente por los medios de comunicación un comercial para estar preparados con una mochila de emergencia y lo segundo, el uso de una alarma de aviso para sismos vía celulares, que en su implementación tuvo errores y mal funcionamiento.
Para esos dos “esfuerzos” nos preguntamos: ¿Ayudarán a reducir los riesgos de desastres que tenemos en un país altamente sísmico? Considerando que, haciendo una consulta rápida a vecinos y conocidos si ¿tienen una mochila de emergencia?, la contundente respuesta es NO. Por otro lado, haciendo memoria a un reciente temblor, el sistema de alarma nunca avisó. Entonces su implementación no es para nada práctico.
Este interesante pasaje de Mateo nos habla de la prudencia y la insensatez. La primera acción encaja en acciones preventivas, pero reales. Pensemos sólo en Lima (capital del Perú). Desde hace muchos años hablamos de los riesgos de zonas antiguas como el Rímac, Barrios Altos, que tienen casas construidas de adobe y quincha (barro y caña), tan viejas y maltratadas, que leves movimientos ocasionan grietas y derrumbes cada cierto tiempo (donde ya hemos tenido muertos). En éstas casas viejas viven miles de personas. ¿Qué pasará si vivimos un terremoto? O si pensáramos en los millones de casas humildes de triplay, cartón y calaminas construidas sobre piedras apiladas informalmente sobre los cerros de todo Lima. Se ha demostrado que esas bases pueden desprenderse y caer tal cual fichas de dominó, una detrás de la otra. Sólo imaginar las miles o millones de personas afectadas, ¡¡se me pone la piel de gallina!!.
Ahora no estoy seguro si debemos celebrar un día para la reducción de riesgos, o más bien motivar a una vigilia de tristeza o llanto, porque la prudencia escasea en nuestros gobiernos, líderes, alcaldes…y tristemente, hay que decir que aún en aquellos que nos hacemos llamar cristianos y cristianas.
Si no queremos convertirnos en insensatos, es tiempo de preguntarnos: ¿Qué podemos hacer los y las cristianos/as ante una cultura del diario vivir, despreocupándose del mañana o futuro? ¿Qué debemos hacer para implementar en nuestras iglesias la incorporación de un plan de emergencias y ser ejemplo ante una sociedad en completo desinterés por la vida del prójimo y aún de la propia? ¿Cómo podríamos colaborar ante un mundo que se encamina a manifestaciones cada vez más visibles a diversas situaciones de emergencia creados por el calentamiento global?
Te invito a reflexionar como personas y como iglesia. Seamos prudentes, que es parte de nuestra acción y labor cristiana.